Museo de Antioquia: arte, política y ciudadanía

Compartir
Share
Retomamos nuestra historia institucional, que es también la historia misma de la ciudad.
Compartir
Share

Compartir
Share

Hace ya casi tres décadas que nos preguntamos por el valor y el protagonismo que debe tener el arte y la cultura en los procesos sociales que lleven al cambio de paradigmas y respuestas ante los problemas de violencia, inequidad, construcción de ciudadanía y participación en Colombia. Nos hemos hecho esta pregunta ante la necesidad de crear una polifonía de respuestas, pues otros escenarios de la historia del país han sido lentos en sus planteamientos o han optado por repetir incesantemente las viejas fórmulas creando así un escenario de tensión que termina siendo un campo fértil para que nuevamente sea el campo cultural el que aporte hechos de un inmenso valor y creatividad. La brecha entre lo propuesto y su impacto, está en el hecho de que los alcances obtenidos aún no penetran otros espacios de la sociedad. El puente de comunicación y reconocimiento aún está por tenderse.

 

Lo cierto es que los museos en el campo mundial han vivido en las últimas tres décadas también un proceso de auto análisis que les ha llevado a cambiar sus planteamientos para moverse de un escenario de conservación a otro de interacción y gracias a ello han generado nuevas prácticas, nociones críticas, crisis económicas, nuevos eventos y una diversidad de miradas que los han convertido en el centro de los análisis académicos y hasta uno de los focos más rutilantes del turismo cultural. Todo ello por el deseo de no claudicar en la eme de mausoleo.

 

En Medellín el proceso de nuestros museos no ha estado ausente de la primera pregunta, la de la pertinencia de una Institución en un contexto que demanda lo mejor de cada uno para la búsqueda de una nueva realidad ciudadana; y la segunda: la de la reinvención de la idea misma de conservación y comunicación de una colección de arte. El resultado, en ambos casos es de una riqueza cultural enorme pues el proceso está activo.

 

La historia del Museo de Antioquia da cuenta de un proceso riquísimo que en una siguiente etapa que se enmarca a partir de 1999 y hasta hoy ha amplificado su quehacer de una manera valiente y retadora hasta de sus mismos cimientos. Para hacerlo corto, a sus casi 120 años, esta Institución experimentó una renovación urbana que le permitió exhibir su colección en el antiguo Palacio de Calibío y retomar con fuerza su posición en el centro de Medellín como eje de su acción y efecto mismo de su historia.

 

La creación de la Plaza Botero, una decisión sin precedentes en la ciudad moderna, privilegió la ubicación de 21 esculturas en el lugar que antes ocupaba un edificio que fue demolido para la generación de nuevo espacio público en el centro de la ciudad, y con ello, se consolidó un eje de ciudad que buscaría a partir de ese momento a las comunidades desde programas como Museo y Territorio; exposiciones emblemáticas como Destierro y Reparación, Antioquias y Contraexpediciones; los remontajes de las salas permanentes y que llevan los nombres de El barro tiene voz, Historias para repensar y Promesas de la Modernidad; todas presentan un hilo de continuidad en la necesidad de presentar desde el Museo una respuesta crítica a los problemas que atraviesa el país, y son también una invitación a entender la propuesta curatorial desde los siguientes principios críticos: posición que mira desde una visión problemática las nociones y preconcepciones alrededor de los paradigmas en torno al territorio y la historia que se comparten desde el arte, la apropiación social del arte y, por último, un liderazgo sobre la ciudad y en particular sobre el su centro, lugar de influencia fundamental de nuestra Institución.

 

Bajo esas premisas, el siguiente paso tomado por el Museo ha sido el de integrar todos estos conocimientos, principios y experiencias, para que a partir de su infraestructura y su trasegar, se trace un nuevo frente permanente en el esfuerzo de consolidar una institución comprometida con la misión de cambio social a partir de las plataformas que el arte puede ofrecer para la creación de un escenario de diálogo y reconciliación a partir de la dignidad y el reconocimiento de los múltiples otros, excluidos, vueltos invisibles y hasta empobrecidos, que pueblan todos los escenarios de la vida social de nuestro contexto.

 

Museo 360

 

Retomamos nuestra historia institucional, que es también la historia misma de la ciudad. En el antiguo Palacio de Calibío se asentó la Alcaldía y el Concejo de la Ciudad; este magnífico edificio, patrimonio de la nación, con su vocación pública inicial, está dotado con una fachada compuesta de puertas que una vez sirvieron de centros de atención a la ciudadanía. Con el cambio de vocación del edificio, al ser adquirido por Empresas Públicas de Medellín para volverlo su central telefónica hasta 1999, esta fachada abierta se cerró e inclusive se reforzó desde adentro con muros de concreto que protegían lo que adentro se conservaba.

 

Con el paso del Museo, esta tradición de cierre de la fachada se conservó y con ello se reforzó la estructura de caja blanca que privilegia el cuidado de la colección, siendo esta una de las funciones fundamentales de un museo cualquiera este sea.

 

Tantos años del Palacio de Calibío y su actitud concentrada hacia adentro tuvo como resultado, entre otras cosas, la comunicación del Museo como tal especialmente hacia Carabobo, dejando pendiente las demás calles y carreras: Cundinamarca, Calibío y la Avenida de Greiff. Dos eventos nos sirven de antecedente para esta nueva actitud: la tienda Mola y el MDE.

 

En los primeros años de ocupación del Museo en este nuevo edificio, una tienda de artesanías colombianas ocupó la zona de Cundinamarca Norte. Mola, era su nombre y funcionó con bastante éxito siendo la primera que en la ciudad recogía el diseño local. Esta iniciativa cerró y luego fue hasta el MDE 07 que con la denominación de la Casa del Encuentro se propuso la creación de un bar a la manera de los mismos negocios de la zona y dos ediciones después, el MDE 15 se apropió de ese antiguo espacio de la tienda como nueva zona de exhibición temporal.

 

El tercer ingrediente del proyecto 360 lo aporta una pregunta fundamental por la relación entre el Museo y su comunidad circundante. Formular esta inquietud de una única manera es un proyecto permanente, lo que sí es posible hacer de una vez y para este texto y abrir la inquietud por el cómo. Es decir, cuáles son las formas reales en las que el arte puede asumir la tarea de la reconciliación en un país en el que es urgente vivir en tiempo presente.

 

El centro de Medellín es diverso, múltiple, mutante y hasta escurridizo. La constante es su variabilidad. Nada está quieto, y si algo se detiene es porque o acecha o participa en la cadena de supervivencia a la que está sometido todo allí. Las gentes caminan a pasos largos, las carretillas se disputan con los carros, los peatones también. Los buses no corren, vuelan. Y así, la dinámica es más bien una hiperactividad que algunos llamarían caos y otros lógica. Un museo no es así, su tiempo es el del reposo y la conservación. El nuestro, el de Antioquia, es una presencia rotunda, callada y profunda. Pero lo cierto es que de alguna forma esta velocidad lo toca o lo cambia.

 

El Proyecto 360 modifica el ritmo tradicional al permear la calle con el adentro de la Institución, el público con las comunidades, el arte con las preguntas diarias, pero por sobre todas las cosas, la ciudad y sus contradicciones. Para ello pasamos por el edificio y sus calles, tocamos la colección, nos abrimos desde adentro para proponernos como un faro de luz en el sentido más literal haciendo posible conectarse con el Museo al pasar por él.

 

Hace dos años decidimos abrir todas las puertas que fuera posible en las tres fachadas sobre Calibío, Cundinamarca y la Avenida de Greiff. Esta periferia de nuestro edificio hacía las veces de un muro sólido en la que las puertas hacia fuera ya lucían casi como parte de una muralla, y hacia adentro, algunas estaban canceladas por viejas paredes de concreto que fueron construidas para proteger del terrorismo o la inseguridad el interior del edificio. Como un símbolo y una nueva realidad, las abrimos. Por delante de las maderas, se ubicaron vidrios que permiten ver a través de ellos y crear nuevas salas de exhibición, son un poco más de setecientos cincuenta metros cuadrados nuevos para el arte y, como ya se ha dicho, para trabajar con las comunidades.

 

Esta actitud, expresada en y desde el edificio, también se irradia hacia Calibío, la Casa del Encuentro y el parqueadero, y es por eso que recibe el nombre 360. Es una visión circular, abrazadora, totalizante y de las áreas que el Museo impacta. La circunferencia como un principio, una actitud y una búsqueda de reciprocidad e igualdad.

 

Hemos acompañado estos movimientos físicos con nuevos programas: Residencias Cundinamarca, Diálogos con Sentido, la Escuela en el Museo, Vive la Plaza, entre otras. En todos ellos, los artistas convocados tienen la tarea de llevar de nuevas maneras la colección y su propia obra a generar una conversación creativa con las comunidades que se citan para este fin. El resultado, siempre creativo, ha resultado ser una plataforma de reconocimiento de gran vitalidad para mujeres y niños, principalmente. Así como para oficios y quehaceres que han sido vecinos del Museo pero que hoy han pasado a ser cogestores de nuestra agenda y nuestra voz.

 

El campo creativo del Museo y sus tensiones

 

El Museo de Antioquia es una de las instituciones culturales más interesantes para abordar desde un estudio juicioso y también para trabajar en ella, pues posee una serie de tensiones que se convierten en espacios de creación y que la llevan a ampliar sus límites, sus bordes, yendo más allá de la idea tradicional de museo de arte, para expandirse hacia espacios de experimentación que aún están por contarse.

 

Por una parte, coexiste una doble condición en la experiencia del tiempo: es centenaria en su colección y su tradición, y al mismo tiempo se ubica en el presente como lugar de análisis y espacio de convocatoria. En virtud de ello, hace ya más de una década que se ha concentrado en plantear sus discursos desde cuatro principios rectores, a saber: análisis crítico de la historia, estudio crítico de la noción de territorio, el centro como lugar de trabajo primordial, y la apropiación social del arte.

 

También, desde la gestión, su alcance es público pero se administra desde lo privado. Al haber nacido bajo un propósito de la Gobernación de Antioquia en el siglo XIX, luego ser rescatada por la Sociedad de Mejoras Públicas a mediados del siglo XX, y a comienzos del presente siglo, constituirse en un símbolo de una ciudad que emergía de la violencia a partir del arte y la cultura, sus señales están todas asentadas en proyectos ciudadanos de raíz profunda, pero, como es tradicional en Medellín, está amparada más en la sociedad civil que en el proyecto estatal. Y esto puede constatarse en otros proyectos culturales como la Orquesta Filarmómica de Medellín, el Teatro Pablo Tobón Uribe y el Museo Cementerio San Pedro. Así, el esfuerzo de su sostenibilidad recae en su capacidad de interlocución con ese propósito inicial y las formas que ha venido asumiendo según los retos de ciudad y de país a lo largo de más de un siglo.

 

Otra de sus tensiones creativas radica en su colección misma. Con más de seis mil objetos, el Museo de Antioquia tiene el privilegio de contar con la Colección Botero, que fue razón de su transformación más significativa en los últimos veinte años. Durante los primeros diez años, desde el año 1999 y hasta el primero MDE en 2007, esta institución fue denominada comúnmente como el Museo Botero, luego ha ampliado la definición de su quehacer mediante la exploración de la contemporaneidad y las prácticas artísticas en relación con la comunidad, existiendo en los tres pisos y sótano del edificio discursos y posturas que con los años han venido integrándose cada vez mejor.

 

Y en última instancia, quisiera resaltar un cuarto reto: la mediación en un Museo para la formación de públicos. En virtud de este desafío, hemos empezado a consolidar una estructura de construcción de contenidos y pensamiento a partir del nivel de experiencia que cada visita pueda ofrecer a adultos y a niños por igual. Consideramos que uno de los principales propósitos es convocar a cada vez más audiencias a un Museo con capacidad crítica, que complementa las instancias de formación y se consolida como un espacio de pensamiento y construcción de ciudadanía en medio de una comuna que requiere espacios para el diálogo horizontal y en donde la dignidad esté en el primer orden de todos los mensajes.

 

Híbrido

 

Hay una condición múltiple en la configuración de este Museo y es por ello que su definición ha sido bastante interesante. En un principio, bajo el nombre de Museo de Zea, fue propósito de su fundador, el intelectual Manuel Uribe Ángel, constituir un centro de cultura y educación que sirviera de repositorio, biblioteca y lugar de exhibición. Siete décadas después, y por iniciativa de los artistas de la época, pasó a llamarse Museo de Antioquia y con ello recibió la tarea de interactuar con la historia y los artistas que hasta el momento hacían parte del campo artístico nacional desde una mirada regional que se representaba en el edificio de 2.220 metros cuadrados, antigua Casa de la Moneda del Banco de la República en Medellín y a partir de aquel momento la sede principal, con una sede alterna ubicada en la Calle El Palo, destinada a talleres y actividades educativas.

 

Con la presencia de las Bienales de Arte de Coltejer y la llegada del Museo de Arte Moderno de Medellín, se marcó otra etapa para la ciudad y para esta Institución, en la que durante las décadas ochenta y noventa atestiguó cruenta violencia del narcotráfico. Particularmente el Museo de Antioquia se vio alterado por la convulsa situación del centro de la ciudad: en 1989 sufrió de cerca un atentado con carrobomba, sin consecuencias para la infraestructura y la colección.

 

A finales de los años 90, y gracias a la donación Botero, esta institución vivió un segundo nacimiento al pasar sus instalaciones al Palacio Municipal y ocupar 18 mil metros cuadrados renovados por la Alcaldía de Medellín y completados por la construcción de la Plaza Botero. Un proyecto de este tipo no se había visto en la ciudad tal vez desde la construcción de la Biblioteca Pública Piloto en los años sesenta. La noticia que tuvo en vilo a Medellín sobre la decisión de dónde se ubicaría el Museo, fue sobrepuesta por la demolición del edificio que había sido recientemente construido para el Metro y que daría lugar a un inusitado espacio libre lleno de esculturas, las mismas que Fernando Botero había llevado a los Campos Elíseos. Todo esto significó una inversión de cuarenta mil millones de pesos, y Medellín emprendía el primer proyecto de urbanismo, cultura y cambio social que ha marcado las siguientes décadas.

 

Con todo esto, esta institución pasó a vivir un segundo aire, del cual contamos casi veinte años que han sido realmente un debate intenso sobre su rol en la sociedad, su interlocución en el campo del arte y su papel en el centro de la ciudad.

 

Diez años después del Museo Botero, el Museo de Antioquia pasó a enunciarse como la Institución creadora del MDE, el Encuentro de Medellín, que en su primera versión convocó en torno a las prácticas artísticas contemporáneas y la idea de la hospitalidad a un evento que buscaba darle continuidad a las bienales y ubicar a esta Institución en el marco de la contemporaneidad. Desde este momento, cada uno de estos encuentros ha significado un punto de reflexión a partir del discurso público que propone la Alcaldía de la ciudad: educación y urbanismo, para los siguientes del 2011 y 2015, respectivamente.

 

Vecindario 

 

La realidad circundante de todos los días en esta ciudad y su centro ha puesto el punto de inflexión en este debate sobre el Museo que somos y el reto de su quehacer más allá del arte. La comuna 10, llamada La Candelaria, corresponde al centro y corazón de la ciudad. En ella están los edificios históricos que han sobrevivido al progreso urbano que ha sometido a algunas de las principales joyas arquitectónicas locales a desaparecer con toda su carga simbólica y su memoria, pero al mismo tiempo están algunos de los problemas sociales más graves: explotación sexual infantil, habitantes de calle, delincuencia, ilegalidad, ocupación indebida del espacio público, microtráfico, pésimos indicadores de calidad del aire, y en consecuencia, un altísimo nivel de ocupación en el día por transeúntes pero pocos habitantes en la noche, haciendo de este sector particularmente vital pero escaso en el tejido social y la institucionalidad.

 

En un contexto así, ha florecido este Museo que ha decidido afrontar desde sus contenidos y programas y desde la reconversión de su edificio mismo, la puesta en valor de sus colecciones, su tradición y su compromiso con el presente. Todo ello, en un laboratorio social y artístico en donde confluyen tantas variables para darle sentido a una posibilidad de hablar del país y de la ciudad de una manera completamente diferente.

 

Los programas que se han creado para el Museo 360 tejen desde la comunidad y a partir del Museo esa intención que en cien años no ha claudicado: una institución que sirva de espejo y reflejo a la comunidad para la que fue creado. Ese propósito ha tenido diversas facetas durante todos estos años, hoy luce con un rostro traslúcido de un edificio abierto, poroso, que responde directamente al entorno con un eco.

 

las mesas, los banquetes, los espacios y el tiempo, porque de este último es de lo que el Arte más sabe y la cultura lo único que lo alienta. En tiempos de velocidad, aceleramiento e impaciencia, queremos oponer este abrazo circular, lento, envolvente, sereno, y sobre todo, sincero.

 

Maria del Rosario Escobar 

Compartir
Share

No hay comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Share