Mujeres empoderadas, pero no subrepresentadas

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En Colombia el voto de la mujer se aprobó en 1954 y sólo pudieron votar hasta diciembre de 1957; es decir, más de la mitad de nuestra vida republicana, las decisiones las han tomado los hombres, que hoy son minoría. Y lo odioso no es sólo que un sector de la sociedad se haya dado él mismo el derecho de definir el rumbo de las cosas, sino que con esa acción suprimía muchas libertades a otro sector.
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En 2019 cuando planeábamos el año siguiente, en el Centro de Análisis y Entrenamiento Político, CAEP, coincidimos en que teníamos una deuda aplazada. Habíamos hablado muchísimas veces del papel de la mujer en la política y en la sociedad, y estábamos de acuerdo que un segmento poblacional con tanto valor no necesitaba de favores ni de que se les regalaran cosas. Sin embargo sí creíamos que esa deuda debía enmendarse pagándola retroactivamente.

En Colombia el voto de la mujer se aprobó en 1954 y sólo pudieron votar hasta diciembre de 1957; es decir, más de la mitad de nuestra vida republicana, las decisiones las han tomado los hombres, que hoy son minoría. Y lo odioso no es sólo que un sector de la sociedad se haya dado él mismo el derecho de definir el rumbo de las cosas, sino que con esa acción suprimía muchas libertades a otro sector.

La clase política se había constituido en su mayoría por hombres adinerados y eran ellos los que representaban al resto de la sociedad en los diferentes estamentos de poder. Los partidos nacieron de la mano de hombres, los nombres de sus fundadores están –incluso- en algunos de sus himnos. 

Fue muy difícil la lucha que algunas sufragistas en cabeza de Josefina Valencia, Esmeralda Arboleda, Ofelia Uribe, María Currea y Clotilde García, entre otras, tuvieron que dar para ser reconocidas y normalizar lo que hasta ese momento era algo impensable: una mujer que tome decisiones.

Hoy no podríamos ver de manera diferente las cosas y aplaudir a la ejecutiva de una empresa, a una artista o a una científica se ha convertido en algo normal; sin embargo no podemos decir lo mismo de las mujeres en la política. Por elección popular sólo hasta 2019 una mujer llegó a la Alcaldía de Bogotá, mientras que a Medellín o a Antioquia no ha llegado ninguna.

Y no es porque no les interese participar, sino porque las condiciones han sido más favorables para que la política la hagan hombres.

Hace pocos días surgió una sana discusión sobre el interés de la mujer en la política. Se decía –sustentado en datos estadísticos- que históricamente ha habido mayor interés de los hombres en la política y que esa es la razón por la cual hoy haya mayor participación de ellos en el oficio. La contraparte argumentaba que si bien los datos eran ciertos, la razón verdadera es que el interés se pierde si por años nos han alejado de algo.

Lo real en esta discusión es que las cosas han cambiado a pasos agigantados en los últimos años y que si bien ambas partes tienen razón en sus argumentos, lo que viene en lo sucesivo es una fuerza imparable, según muestran los datos de participación política en el mundo entero. En la estadística y los estudios sociales, lo importante no es ver el reflejo de lo que pasa hoy, sino las tendencias que pueden crecer o caer.

Según la Unión Interparlamentaria de América Latina, desde el año 2000 se ha aumentado significativamente el porcentaje de mujeres en los congresos o asambleas legislativas de la región, alcanzando en algunos países números alentadores: México tiene el 48,2% de mujeres en el Congreso, Bolivia el 53,1% y Costa Rica 45,6%.

Podría decirse que estos números son la excepción a la regla y que si nos detenemos en países como Colombia donde sólo el 19,7% de los congresistas son mujeres; estaríamos hablando de un estancamiento en el liderazgo que han alcanzado otras democracias. Sin embargo, por decisión propia, el presidente Iván Duque inició su gobierno con paridad en los ministerios y el camino que se ha recorrido bien puede verse con esperanza.

Las cifras de las últimas elecciones de Congreso así lo confirman: 51,7% de los votantes son mujeres, hay una mayoría (mínima pero la hay) frente a los hombres, lo que paradójicamente no se traduce en mujeres elegidas. Y hacia ese punto es donde deben dirigirse las miradas.


Empoderamiento de la mujer

En sólo 63 años las mujeres recorrieron el camino que los hombres han recorrido durante más de 200. Hoy hay más votantes mujeres, hay mayor conciencia de la importancia de votar, de elegir a quienes nos representan, pero es claro que falta poder para asumir que no sólo los hombres deben gobernar. Un Congreso controlado en más del 80% por hombres nos debe prender las alarmas frente a una subrepresentación de la mujer.

Nuestra primera meta con la Fundación Konrad Adenauer de Alemania fue apostarle a ese poder innato de las mujeres. Creamos el Diplomado en Empoderamiento Femenino, que en su primera cohorte llegó de manera directa a más de 300 personas y con miras a llegar a muchas más.

La visión de entender quiénes somos y qué papel tenemos en la sociedad es el abrebocas para sacudirnos y empoderar a más mujeres. No basta saber que somos iguales, con los mismos derechos, si a la hora de elegir priorizamos a un segmento poblacional.

Lo otro es crear las condiciones para que las mujeres se abran espacios en los partidos políticos y que, tanto mujeres como hombres, renuncien al personalismo que tanto daño ha hecho a nuestras democracias. Las normas han avanzado en esa deuda histórica de la que se habló en los primeros párrafos: hay algunos países que obligan cuotas de representación hasta del 30% en las listas electorales y otros incluso hablan de paridad. En teoría puede ser útil verlo de esta manera, pero no es suficiente.


Dos caminos

Para llegar a la verdadera representación de la mujer en los órganos de poder democráticamente elegidos, es necesario considerar dos caminos. El primero tiene que ver con la educación de la sociedad, no podemos pretender tener cuerpos colegiados con paridad si quienes los eligen no asumen esa opción como una válida; es decir, hay que tumbar el miedo histórico y cultural a votar por mujeres.

Esto anterior es real y aterrador. Hay encuestas que dicen que en una ciudad 7 de cada 10 personas no han votado nunca en su vida por una mujer. Hasta hace dos períodos, de 21 concejales que tiene la ciudad, sólo una era mujer.

El empoderamiento, sin embargo, no se logra usando como caballito de batalla el género. No se debe buscar votos agitando la bandera feminista o de la igualdad, porque sólo se conquistará a un reducido sector de la sociedad que ve en esto una causa por la que luchar. 

El segundo camino es la educación de los políticos, a los que hace falta contarles por qué las plazas que hoy tienen ganadas no lo son por ser hombres. Si llevamos a competir en igualdad de condiciones a los dirigentes, seguramente habrá una mayor empatía social del lado de las mujeres, la neurociencia dice que son más emocionales ellas que ellos.

Finalmente hay que considerar una tercera vía (no en el sentido expuesto por Tony Blair), un camino nuevo que necesariamente debe abrirse: los partidos políticos como instituciones son los llamados a garantizar las reglas del juego equitativas y a hacer pedagogía para que las cosas cambien desde el núcleo de las sociedades que representan.

Más mujeres empoderadas nos darán una mayor representación política. No puede haber lo segundo sin lo primero.

Por:

Carlos Andrés Pérez 

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